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Mostrando entradas de marzo, 2013

La Humildad Tiene Dos Caras

Si soy honesta conmigo misma debo reconocer que sí he tenido capítulos de prepotencia a lo largo de mi vida, por lo general íntimamente vinculados a sentimientos de inferioridad, fue un mecanismo de defensa que inventé y que protegió mi dignidad durante años. Esporádicamente recurro a él, aunque ya en la treintena puedo decir que casi exclusivamente en casos de emergencia. Como dije en uno de mis tweets “ Soy prepotente solo cuando lo necesito” y creo que ahora me vais a comprender. No debemos olvidar que existen dos tipos de prepotencia: La de pura raza, digámosle, que corresponde a personas que creen categóricamente que son lo más y de ahí no los mueves y por otro lado, tenemos la prepotencia estratégica, esa que sacas de la nada para más tarde volverte a casa pensando: “No tenía que haber dicho eso” Ahora que ya os he puesto en antecedentes, también sería justo decir que hoy por hoy no creo que siga siendo así, de hecho, es verdad que siento una especial responsabilidad co

This is Spain

Llegué al juzgado de Alicante para declarar. Me recibieron, por decir algo, en un despacho regentado por la desidia, había papeles por todas partes ordenados caóticamente. Cuando di los buenos días ni siquiera levantaron la mirada. Pregunté por un tal Javi, cincuentón que en ese momento estaba jugando con el móvil y que no dejó de hacerlo al percatarse de mi presencia, cuya mesa carecía de silla para recibir al declarante, cosa que no pareció importarle. A los diez minutos, vencida por el dolor lumbar propio de una mujer que lucha con unos tacones de 12 centímetros, cogí una silla vacía de otra parte de la sala a modo de self-service, con la misma cara que puse la primera vez que fui al Cien Montaditos..."Se ve que esto funciona así" Y dije en voz alta: "Bueno, me autoinvito a sentarme". Fue el único momento en el que llamé su atención. Cuando Javi terminó sus jueguecitos con el móvil le entregué mi citación y le preguntó a sus compañeras que eso qué era.

Mi Padre se Llama Papá

Hace tanto tiempo de esto que no alcanzo a recordar cuándo se inauguró la costumbre, el caso es que él se iba a trabajar y yo aguardaba en la puerta su regreso, acurrucada en el suelo llorando, presa del pánico de su ausencia. Cuando él volvía a aparecer mi felicidad pasaba de cero a cien en lo que tardan unos labios en estirarse hasta formar la sonrisa. Por supuesto, no estoy hablando de mi padre, estoy hablando de Papá, esa persona que adora mi presencia sobre todas las cosas, el de los juegos de papiroflexia, el que me dijo que El Lobo Feroz se iba a recoger en moto a Caperucita, el que no me decía no...me decía luego, el que llenó mi mente de mundos mágicos que despertaron en mí la sensibilidad que hoy agradecen mis líneas. Papá, mi mejor amigo en la infancia, mi enemigo de la adolescencia, mi protector en la madurez, el que llora mis lágrimas con más pena que yo, centinela de mis horas de enfermedad, mi incondicional. La imagen de mi padre ha creado en mi mente una argol