Escríbeme una Carta


Amigos treintañeros, no se os ocurra ni por un instante desear tener diez años menos. Nosotros nacimos en el momento idóneo para estar al tanto de las nuevas tecnologías y para poder decir que recibimos alguna vez en nuestra vida una carta de amor, de hecho, conservo algunas de ellas.

No solo amores de verano, ni amores verdaderos, ni primeros amores, no, no, no...cartas de compañeros de clase, de amigas, de familiares...¡Cartas! Nada de emails, ni mensajitos que se borran para recibir más mensajitos, ni mensajitos que se borran para que otros no lean nuestros mensajitos...No. ¡Cartas!

Papel que envejece, que siente, que huele, con ese algo que solo tienen las cosas que se pueden tocar. Papel cuadriculado o en líneas, con los bordes rotos por las anillas, papel de hojas de archivador con agujeros, papel que al romperse duele, que se arruga, que espera, quebradizo, frágil, callado.

¿Y los tachones? ¡Cómo amé los tachones! El olor a tinta, ese brillo que se seca, el suspense de mancharte, letras, magia caligráfica que adivina almas, que intuye emociones.

¡Cartas! Cartas que se firman o que se dan la vuelta con flechitas que señalan.

Comentarios

  1. Nunca me había parado a pensar en ello. Pero sí, es cierto que el no pertenecer a estas nuevas generaciones nos da el privilegio de conservar esas cartas ya amarillentas pero de sentimiento nítido en un cofrecito viejo pero tan amado como las propias cartas. Sí, ahí están. Yo en mi cofre privilegiado, mi madre las tuvo en una caja de cartón pues sin pudor engañó a mi padre que quería que las quemara ya en su vejez y declive para que nadie leyera esas cartas de enamorado. ¿Tendrán mis hijos ese privilegio? ¿Podrán releer ellos en su madurez las viejas cartas como lo puedo hacer yo?

    Cartas, cartas en sus sobres todavía.

    Qué hermosa reflexión.

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