La Ilusión de Libertad de la Mujer de Occidente

Viajé hasta La República de Platón y me instalé en aquella guarida atestada de millennials que se deleitaba bajo una penumbra cavernosa a la que llamaban libertad. Entre aquél cobijo rocoso que se presumía indestructible intuí que al puzzle le faltaban piezas, interpelada por mis contemporáneas, y a riesgo de parecer remilgada o infectada por la envidia, me despojé de aquellas cadenas anhelante de verdad. Una vez me sentí a salvo, bañada por aquella luz y su calidez, volví mi mirada melancólica por última vez hacia aquellas sombras y dije: “Ahí está, la ilusión de libertad de la mujer de occidente”

No puedo callar ante este aluvión de contradicciones que claman al cielo. Soy feminista desde antes de saber lo que significaba serlo y mi objetivo es seguir siéndolo desde una manifestación sensata sin querer pertenecer a una secta de pureza ideológica, ni haceros sentir sucias, ni mujeres de segunda clase. No quiero señalaros, quiero acercarme a vosotras y ayudaros a comprender que este querer correr tanto, en el entusiasmo, os llevó hasta los 360 grados, el punto de partida en el que la mujer es más considerada como objeto de satisfacción personal del hombre que como ser humano.

A vosotras, seres humanos libres, espectadoras o protagonistas de la llamada cuarta ola del feminismo, que coexistís con incuestionables exigencias patriarcales perpetradas sobre deportistas, cantantes, actrices, presentadoras de televisión y un sinfín de profesionales que, si bien se rinden en las manos de este patriarcado y entran en el círculo de la aceptación, sufrirán indefectiblemente como consecuencia la inhibición de la concentración frente a sus capacidades al enfocar la atención en la apariencia.

¿No tenéis siquiera la ligera sensación de que este bombardeo de exhibición constante de cuerpos clonados, cortados todos por el mismo patrón en actitudes sugerentes responde más a la tendencia de abrir el apetito sexual del hombre que a un manifiesto de libertad?

Necesitamos cuestionar y reconocer qué motiva en última instancia estos comportamientos superficiales. No es mi intención tampoco demonizar los desnudos ni mucho menos el cuerpo de la mujer, pero esta invasión obsesiva de mujeres operadas regalando material masturbatorio en todas las redes sociales a todas horas no es mi idea de transgresión. Esta era de la cuarta ola del feminismo se me presenta con un sabor agridulce regalándonos tantas cosas en el vaivén de la marea y arrebatándonos tantas otras en su inevitable retroceso.

Hago un llamamiento desde aquí a las mujeres reales que seguramente estarán escondidas y pensando: “Yo qué pinto aquí” ¿Seguís existiendo? Fomentemos pues, la aceptación del cuerpo, eso para mí es empoderamiento. El llamado movimiento Body Positive que promueve el amor a ti mismo, tal y como eres, desatendiendo esta obcecación por los estándares que se me antoja, cuando menos, más sano. También he sabido, para las más valientes, de circuitos alternativos de mujeres que en su lucha por destruir el canon estético sacan a relucir sus estrías, vello o pecas. No sé por qué, pero esto sí empieza a sonarme transgresor.

Inmersa entre toda esta amalgama de propuestas, aclarar que no vivo ajena a caer en las redes del amor por la estética, el cuidado del cuerpo o la incorporación de elementos decorativos vitalmente innecesarios, que nos puede llevar desde un maquillaje a un pendiente o sortija, hábitos que ya practicaban los egipcios del Anno Mundi, así como joyería en la antigua Mesopotamia o bisutería prehistórica. No es mi pretensión arremeter contra lo estético o lo vitalmente innecesario. Sé que el mundo no es solo oxígeno y proteínas, porque sería como repeler incluso lo artístico.

Os invito a que abramos la caja de pandora ante una civilización hipnotizada por lo superficial y reducida a la persona que desea y al objeto de deseo, adivinad quien es quien. Y como a toda conducta adjudicamos un término inglés (no porque no exista en español, sino porque es más cool) recién descubrí el denominado Body Shaming del latín acoso solapado y unisex, en cualquiera de sus formas de índole cultural, por ende, machista.

Como no, inevitable mención a las redes sociales en las que esta enfermedad se disemina de manera fulmínea y en las que estrellas de la canción o del cine dejan incomprensiblemente de lado sus aptitudes y competencias laborales, descuidando la importancia de su posición como referente para millones de jóvenes que imitan sus conductas compulsivas, más propias del barrio rojo de Ámsterdam que de una mujer debida a vocaciones o inquietudes más profundas, animando a su séquito a ser un número más en el censo de esa gran aldea que navega sin rumbo en la debacle de una espiral caótica, narcisista y vacía.

Si de algo tienen la culpa estos referentes es de ser el espejo en el que se miran sus fans y actuar como portadoras de esta epidemia consciente o inconscientemente. A pesar de esto, reconocemos esta conducta propia de otras víctimas más como objeto deseado, véase cualquier heroína (en esas escasas ocasiones en que las mujeres son protagonistas) al estilo CatWoman, o Tom Raider siempre adaptadas al estereotipo requerido como señuelo, dando saltos vertiginosos en tacones y con escotes gratuitos, o a nuestra querida Nicole Kidman, gran superviviente de Hollywood con el pack completo en cirugía.

Y es que nada es menos perdonable en esta sociedad que una mujer que envejece, relegándonos hasta la casilla de productos solo aptos para consumo entre los 18 y los 30 años, obsolescencia programada. Me pregunto dónde está Meg Ryan, Melanie Griffith o Debra Winger, no me pregunto dónde está Robert Deniro, Al Pacino o Arnold Schwartzenegger. Un poquito de Jackie Brown por favor.
Las mujeres, ocupando el 50% de la población, no hemos conseguido liberarnos de ser el foco de una crítica implacable hacia nuestra apariencia física que nos repercute en el ámbito laboral, social y personal. Nos tocó vivir en ese lado de la población que vive por y para ese otro 50%, el que ostenta el poder.

Cirugía de nariz, pómulos, pechos, glúteos, colágeno en los labios, botox, pestañas postizas, uñas de gel, porcelana, acrílico, tacones, manicura, pedicura, maquillaje, depilación, cremas antiarrugas, anticelulíticas, filtros fotográficos, ángulos estratégicos que ocultan nuestros defectos, fajas, push up, sujetadores con relleno, peluquería, planchas alisadoras, rizadoras, serum, máscara, mascarilla, antiojeras... Y en el mejor o más lamentable de los casos, llegar al punto más alto, al punto más bajo: servirte de todo esto y parecerte mucho a esa muñeca, la más aceptada, la más exitosa, la que pasando por varios de esos procesos lo celebra bombardeando las redes de selfies vulgares en una enfermiza exhibición APELANDO A LA LIBERTAD.

No amiga, no lo haces por ti “Tururú” los tacones no son cómodos, ni esas uñas dantescas, ni jugarte la salud o la propia vida en un quirófano. Lo haces, lo hago, lo hacemos, en mayor o menor participación porque tenemos miedo, porque nos escondemos, porque no nos queremos, porque la sociedad es ese maltratador sutil que te convence de que no estás en una relación tóxica.

¿Con qué legitimidad puedes saberte más libre que esas mujeres que ocultan su rostro tras un velo? ¿Acaso nosotras no lo hacemos? Lo siento, tengo una mala noticia, somos las esclavas de la otra parte del mundo, dadme la mano, salid de la caverna ¿Y ahora? ¿Podéis ver esas sombras? Eso que veis es LA ILUSIÓN DE LIBERTAD DE LA MUJER DE OCCIDENTE

Comentarios

  1. Me encanta tu estilo al redactar y creo que existen varios niveles de profundidad si queremos comprender esta realidad ( o cualquier otra? ).

    Me pregunto una cosa... Y si todos, tanto mujeres como hombres, tan solo fuésemos esclavos de esta cultura y también de cualquier otra pasada o por venir. Antiguamente la cultura era más difícilmente moldeable que ahora y menos sutil su moldeamiento, hoy en día ni siquiera sabemos cual será la próxima tendencia o moda absurda. Por tanto, estamos en manos de los moldeadores, pero en realidad, cada vez tengo mas claro que nadie puede esclavizarte, tampoco nadie puede garantizarte libertad. Solo el autoconocimiento nos puede dar eso.

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