El Hombre del Noveno G
Serían las siete de la tarde cuando volviendo de un concierto local decidí hacer una parada en casa de mi amiga Candela. El inhóspito y silencioso portal de aquél edificio antiguo y sus interminables pasillos jamás se me antojaron como hogar y mucho menos después de lo acontecido aquél escalofriante domingo. Ni un inofensivo rayo de luna se atrevió a penetrar entre las ranuras de aquellas persianas viejas. Saludé a mis amigas, más por intuición que por lo poco que me ofrecían aquellas siluetas en penumbra. Me acerqué con cautela y ahora sí pude ver el brillo de sus ojos abiertos como platos y clavados al televisor. Estaban viendo una película de miedo ignorantes de que aquél instante sólo era el prólogo de lo que se nos venía. Esperé en silencio, ajena a un terror que invadía la estancia, pero pronto esa atmósfera de suspense se apoderó de mí y me impregnó de inquietud. Jugueteé con Vira, una simpática cachorra bretón, no sé si para disimular mi malestar o por si al fingir nor...